Una vez que destiendes la ropa, ya limpia y seca, que habías acumulado en un montón desordenado, la vas doblando. Calcetines -siempre alguno desparejado, ¿cómo es posible si los metí pares en la lavadora?, existe un agujero invisible, en las máquinas de lavar, por el que se cuelan millones de calcetines al cabo del año-, después los calzoncillos, camisetas, pantalones… cada prenda se dobla de una manera distinta, con cuidado para, después, guardarla en los cajones y estanterías. Hay mucho amor en esa tarea. Es la ropa que, luego, llevarán puesta y tod@s y quieren tenerla en su sitio cuando la buscan.
Al doblar las prendas vas pensando en cada uno. El pequeño necesita ropa interior, lo sigo vistiendo como si fuera un bebé, La niña lleva un tipo de braguitas que no hay manera de colocar, no se sabe qué va delante y qué detrás, ya es una señorita, guapa y seductora.
Ahora pones la ropa de él en el cesto que irá a vuestro dormitorio. Tienes en tus manos el polo nuevo, de una marca buena. Su tacto es adorable, algodón e hilo, dijeron. El tono vino le favorece a su piel tostada y sus ojos negros. Repasas su torso a través del polo y sientes un escalofrío en el alma… A la altura del bolsillo que tiene en la izquierda, se sigue notando, levemente, la mancha de sangre que intentaste quitar antes, incluso de meterlo en la lavadora. Es tu sangre, la del último puñetazo, anteanoche.
El último, sí. Al tocar con tus manos ese polo nuevo has decidido que no habrá nunca una camisa más que lavar con la huella de tu dolor infinito.
Todas las lágrimas y la sangre de las mujeres muertas han hecho la última colada.
El miedo se ha ido por el agujero de los calcetines perdidos para siempre.
Elena Valenciano
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y mientras en la radio o la televisión se pasan los días hablando de tonterias... y la noticia de una mujer muerta, no es más q una noticia diaria q dar... uff...
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Se de todo y de lo que no, me lo invento.
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